Que puedo llegar tan lejos como me lo proponga, que puedo llegar a experimentar emociones y sentimientos que jamás pensé que existirían. Que puedo llegar a ser escuchado en tanto me esfuerce lo suficiente y no tire la toalla a mitad de camino. Aprendí a apreciar lo mucho que valgo, que mi prioridad soy yo, a menos que alguien valga la pena.
Aprendí a ser egoísta, pensar primero en mí que en los demás, a destrozar la piel de cada uno para ver su interior antes de cruzar alguna palabra para evitar malos entendidos. A no arriesgar lo seguro por lo dudoso y a destruir con mis propias manos si es necesario a todo aquel que se me interponga, metafóricamente hablando (Al menos es uno de mis imperiosos deseos).
Aprendí a verme en un oscuro espejo para no ver el maligno reflejo de quienes posan a mis espaldas: personas falsas ignorantes de mundo sincero con el que todos soñamos. Dar la espalda al que se lo merece y emprender un nuevo camino, ver un nuevo amanecer.
Aprendí a ser pesimista y optimista a la vez… Que el que pretende ser un buen prójimo pierde, tan sólo las buenas intenciones no bastan, y algunas veces ni las acciones satisfacen; el mundo es cada vez más exigente.
Somos tan bueno como se nos permite
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